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El Gremio de Lavanderas de Puerta de Tierra

 


Lavanderas esclavas en Puerta de Tierra

 
Claridad
Del 7 al 14 de marzo de 1996   p.22
Aixa Merino Falú
Especial para En Rojo
 
A la memoria de Claudina Abad Dávila, lavandera.

 

La historiografía del movimiento obrero en Puerto Rico toma como punto de partida el fin del sistema esclavista de producción, y la incorporación de la mano de obra asalariada al desarrollo del modo de producción capitalista. En el sector urbano este movimiento predominantemente masculino tuvo sus orígenes en el desarrollo de organizaciones artesanales durante la segunda mitad del siglo 19.

Por su parte, la historiografía feminista coloca la participación de la mujer en los movimientos sindicales en Puerto Rico a partir de principios del siglo 20. Sin embargo, la documentación disponible parece indicar la existencia de grupos organizados de mujeres trabajadoras tan temprano como 1876. Tal es el caso del Gremio de Lavanderas de Puerta de Tierra.

El origen del servicio de la lavandería en Puerto Rico se menciona muy someramente como parte del desarrollo socioeconómico de la Isla durante el siglo 19. Este servicio, esencial a los núcleos urbanos preindustriales, lo realizaron tradicionalmente mujeres provenientes en su mayoría de los sectores marginados. A pesar de sostener sus demandas por muchos años, y de incluso llegar a constituirse como organización, estas mujeres no pudieron lograr sus objetivos.

En el pasado, el método común de lavandería utilizaba el movimiento de las corrientes de agua junto con la fortaleza de quienes realizaban esta labor. A ese proceso le siguieron el uso de la tabla corrugada y más tarde las grandes tinas de madera colocadas en áreas específicas de la ciudad donde se ubicaron las casas de lavandería pública. Durante el siglo 19, muchos países establecieron lavaderos al aire libre para la gente pobre. Éstos se abastecían de las aguas de la municipalidad. En Europa, como en Latinoamérica, se construyeron los "lavatojos", lugares techados bajo los cuales las mujeres de las comunidades pobres se reunían para lavar. El oficio de la lavandería pública evolucionó poco hasta el siglo pasado. Las comunidades marginadas, sobre todo en las áreas urbanas, fueron las más afectadas por la inacción del Estado en lo relativo a este servicio directamente ligado a la salud pública.

Históricamente, la lavandería en Puerto Rico ha estado básicamente a cargo de las mujeres. Durante el siglo 19, el sector esclavo urbano que realizaba tareas domésticas estaba compuesto en su mayoría por mujeres dedicadas principalmente a labores de cocina y lavandería. Según Mariano Negrón Portilla en su estudio sobre el padrón de 1872, "cerca de un 60% de la población esclava en San Juan eran mujeres", contándose las lavanderas como el grupo más numeroso entre los esclavos domésticos. La esclava lavandera realizaba una doble tarea, tanto para su amo como para las personas que la alquilaban en beneficio de éste. La mayoría de las esclavas lavanderas en San Juan fluctuaban entre los 16 a 30 años de edad. Muchas eran madres jefas de familia y, debido a lo especializado de su labor y a la demanda por sus servicios, es posible que algunas de ellas tuvieran mayor oportunidad de lograr su propia libertad y la de su familia previo a la abolición de la esclavitud. De esta manera la lavandera coartada en la ciudad se integró a la clase trabajadora asalariada, constituyendo así una de las múltiples categorías que iban conformando la base laboral del país.

En 1876, el alcalde de San Juan menciona entre otros daños ocasionados por la "industria" de la lavandería, el agotamiento de los aljibes, "los patios constantemente sucios y mojados, habitaciones bajas del interior [que] se resienten de la humedad" y la transmisión de enfermedades a causa del "lavado de ropas de los enfermos hecho en las mismas casas". Aunque el funcionario reconoció "la importantísima cuestión del abastecimiento de aguas...y el lavado de ropas", y realizó un estudio en el cual reveló que la ciudad contaba con aguas suficientes para el servicio de lavandería, el primer informe sobre el asunto no se rinde hasta 1885. En éste, el arquitecto Antonio Llanos describe el proceso de lavado como uno altamente complejo y extenuante en el cual se llegaban a emplear hasta doce horas de trabajo, y para lo cual se necesitaba una cantidad de agua que, según él, no se producía en la zona. En menos de nueve años las áreas concernidas en el sector de Puerta de Tierra pasaron, de ser las ideales para un proyecto de lavaderos públicos, a ser objeto de una controversia burocrática en medio de la cual se encontraba un nutrido grupo de trabajadoras de la lavandería.

El manejo de este asunto revelaba las prioridades del gobierno. En septiembre de 1893 se informó de una partida de 3,000 pesos para construcción de lavaderos públicos. Ocho meses después se reportó qué dicha partida sería designada, entre otras cosas, para cubrir los costos de las fiestas del Centenario del descubrimiento de Puerto Rico. Aun cuando se reconoció que "el número de lavanderas que hay en la población es muy grande", el asunto de los lavaderos se aplazó hasta la futura construcción de un acueducto.

El año de 1895 se inició con una gran actividad huelgaria por parte de la clase trabajadora. Según el historiador Francisco Moscoso, esto constituye "un hito de las luchas de clases en la historia de Puerto Rico".





 

 

Moscoso justifica la importancia de este movimiento en base a su "amplia dimensión, el grado de conciencia proletaria (identificación de los obreros como clase con intereses opuestos a los de los capitalistas) manifestada por algunas categorías de trabajo, la solidaridad espontánea desplegada entre los huelguistas y la fuerza de clase (militancia y tenacidad) ejercida por los trabajadores en la consecuencia de sus demandas".

En medio de esta efervescencia laboral encontramos a las lavanderas, unidas a muchos otros grupos de trabajadores en demanda por mejores condiciones de empleo. También ellas se fueron a la huelga, cosa que no es de extrañar después de conocer el improductivo debate por el cual atravesó el proyecto de lavaderos en el Ayuntamiento de San Juan. La experiencia durante las huelgas parece haber motivado a las lavanderas a consolidar su organización, posiblemente con la idea de continuar con sus demandas en los años siguientes. El censo realizado por el Departamento de Guerra de los Estados Unidos en noviembre de 1899 reveló que la distribución de mujeres en los tres oficios domésticos principales en Puerto Rico era: criadas, 18,453; lavanderas, 16,855; y costureras, 5,785. La mayoría de las lavanderas contaba entre 25 y 34 años de edad, un 60% de ellas eran negras, 89% de las cuales no sabían leer ni escribir. Al parecer, ni siquiera las iniciativas huelgarias de las trabajadoras de la lavandería produjeron el resultado que esperaban.

El 9 de julio de 1900, Sandalia Torres, Eduviges Pimentel y Ángela Pizarro, presidenta, vicepresidenta y secretaria, respectivamente, del Gremio de Lavanderas de Puerta de Tierra, enviaron una carta al Ayuntamiento de San Juan en la cual solicitaban "ayuda moral y material para... sobrellevar con algún alivio, la vida de miseria que por [su] situación [lleva] la pobre madre de familia" cuyo oficio era lavar y planchar. Dicha ayuda, de acuerdo con las dirigentes del gremio:
... la traducimos según nuestro escaso criterio en que el Honorable Ayuntamiento disponga cuanto antes, la construcción de los lavaderos públicos, resultando con esa obra el beneficio de que veríamos los estrechos patios en que nos vemos obligadas a vivir con nuestros hijos, como si fuéramos bestias de carga, libres de esos constantes focos de paludismo...

Tenemos, pues, a un numeroso grupo de mujeres negras, jóvenes, en edad reproductiva, en condiciones de analfabetismo y provenientes de clases económicamente marginadas, integradas al oficio de la lavandería; y algunas de ellas organizadas en un gremio ubicado en el área de Puerta de Tierra, para demandar ante el gobierno la construcción de lavaderos públicos que les permitieran realizar su labor de forma más higiénica y productiva. A pesar de que el alcalde envió inmediata respuesta al Gremio afirmando que la Corporación municipal aceptaba el proyecto de lavaderos, y que en 1902 se nombra una nueva Comisión para construirlo, no tenemos evidencia de que dichas obras se realizaran.

En un informe de 1914 al Departamento del Trabajo sobre las condiciones de vida de los obreros pobres en Puerto Rico se reporta su situación en la capital. Según el informe, los sectores marginados habitaban ranchones de madera. Cada tres ranchones, ocupados por hasta 59 familias, compartían un mismo patio de tierra el cual se tornaba fangoso con las lluvias y que era, al mismo tiempo, el área disponible para la lavandería. Sin embargo, no sería sino hasta 1944 que la Junta de Salario Mínimo realizara una investigación con el propósito de reglamentar el oficio de la lavandería en la isla. Para esta fecha ya se menciona un "negocio de trenes de lavado" y la intención del gobierno de regularizar el salario de los trabajadores de esta industria. Para mediados del siglo 20 se pagaba alrededor de $3.00 por docena de ropa lavada, almidonada y planchada a mano, en un proceso que generalmente podía tomar una semana de arduo trabajo.

Al exigir la construcción de lavaderos públicos, las lavanderas no sólo deseaban mejorar la calidad de su servicio, sino que además esperaban remediar las condiciones de insalubridad que el hacinamiento urbano desarrollaba, creando focos de contaminación y propagación de enfermedades infecciosas que provocaban un alto grado de mortalidad en el sector pobre. Sin embargo, resulta interesante que el Gremio no planteó en aquel momento el problema del costo de vida frente a los exiguos ingresos que muy probablemente devengaban por su trabajo. Las lavanderas, mujeres jóvenes, pobres, de baja escolaridad, jefas de familia y en su gran mayoría negras, marcaron un hito en el proceso de organización de las mujeres trabajadoras al participar en el movimiento huelgario de fines del siglo 19, constituir el Gremio de Lavanderas de Puerta de Tierra y plantear ante el gobierno colonial sus demandas por mejores condiciones de empleo y vida.

La autora es profesora del Departamento de Educación Pública y miembro de la A. P. H.
Historias es una aportación de la Asociación Puertorriqueña de Historiadores (A. P. H.), la cual asume completa responsabilidad editorial. La A. P. H. sin embargo, no necesariamente se solidariza con las opiniones vertidas por los autores.